En una arremetida de lo extraordinario Francisco gozo de un encuentro con Afrodita, esa noche tomaron vino y bailaron. La diosa enseño a Bordoletti el baile que sus ancestros le habían enseñado a ella y a todos los padres y madres que poblaron alguna vez la tierra.
Una noche Afrodita volvió mientras Francisco dormía, el pobre hombre al verla corrió hasta sus pies y se arrodillo ante ella llorando, le rogó que se quedase por siempre a su lado, prometió que todas las noches le dedicaría las serenatas mas hermosas que cualquier dios podría escuchar en la tierra, le dijo que no podía mirar otra mujer mas que con desprecio por la incomparable belleza que había roto cualquier paradigma en el. La diosa soltó unas cuantas risotadas y se fue por la ventana, ignorando las suplicas y lamentos del pobre hombre. Esa noche, luego de llorar y morir cien veces, Bordoletti comprendió.
Al salir el sol en la mañana Francisco se levanto y comenzó a trabajar arduamente en su obra maestra, y así, para cada anochecer el gran compositor tenia lista una hermosa composición digna del paraíso, la cual arrojaba por la ventana o regalaba a la primera mujer que cruzaba su mirada. En cada una de ellas veía los ojos de Afrodita, en cada movimiento que hacían el recuerdo del sagrado baile galopaba hasta lo mas profundo de su memoria.
Bordoletti amó, disfruto de cada efímera eternidad que gotea del goce divino femenino y que tantea delicadamente pero sin abandonar la hermosura algunos cuadros, o composiciones, o palabras. Y de esa forma murió y volvió a nacer cuantas veces sea necesario por mujer, y por hombre, y por arte.
Autor: Octavio Alfeo
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