El cristianismo comenzaba a crecer intrépida y aventuradamente, alimentándose de nuevos creyentes y divulgadores, anteponiéndose a dioses paganos lejanos al martirio del hombre común ese hombre que podría llamarse Jesús y trabajar arduamente. Pero como quien se hace de un dulce regalado, los nuevos creyentes se animaban a dudar, a mirar con ojos mezquinos e indecisos, temerosos de una mentira que los abandone a la deriva de una existencia sin un supremo. Precisamente esta fue la causa del problema que verdaderamente radica y marca el futuro del mundo y, mas precisamente, el renacimiento.
Carlignio ayudaba a su padre con la tarea de herrero tres veces a la semana. La ayuda que brindaba a su padre era realmente mínima limpiar las herramientas, recoger y entregar los pedidos, pintar los encargos. Su padre no confiaba en él, lo creía torpe y poco hábil para sus tareas. Solía enojarse y azotarlo cuando encontraba al joven con los fragmentos de poesías que el anciano del consejo le regalaba por cada trabajo entregado en el edificio. Fiel cristiano, gustaba de leer las confesiones de San Agustín, libro que se lo había proporcionado un loco divulgador que solía recorrer el mercado semanalmente. Nunca confió en él, todas las semanas ofrecía distintos relatos y manifiestos de diferentes y paradigmaticos orígenes.
En una de las invasiones barbaras, que ya comenzaban a ser normales, su hogar había sido ocupado por un grupo de bárbaros sin la intención de irse. Estos seres entre gritos y arremetiendo con lo que interceda en sus caminos ultrajaron a la madre de Carlignio y asesinaron a su padre. El joven logro huir por la escalinata trasera y se refugio en el hogar del anciano, quien le ofreció asilo en la habitación de su antigua hija, asesinada dos años atrás por un grupo de bárbaros.
Un mes después del trágico acontecimiento su relación con el anciano había crecido profundamente. Caecus era el nombre del sabio miembro del consejo, ademas de revelarle su nombre le ofreció su tutela, la que Carlignio acepto con mucho orgullo y felicidad. Caecus le había enseñado muchísimos panfletos y numerosos evangelios al joven, que comenzaba a convertirse en un hombre arraigado a sus creencias, quizás lo único que le quedaba para superar sus pesadillas nocturnas y el tormento de encontrarse solo en un mundo que comenzaba a caer a pedazos frente a sus ojos.
Una de las tantas noches de pesadillas que sufrió Carlignio comenzaron a hacerlo dudar de su dios, quien por las noches no le ofrecía el cuidado que prometía en sus textos. El despertar de una duda en su mente lo perturbo poderosamente, esto lo llevo a confesarle al anciano su terrible y pecaminoso sufrir. Le contó sobre la pesadilla que por las noches lo invadía en ella se encontraba en la habitación de su padre, junto a la puerta, veía a los bárbaros violando a su madre en la cama y a su padre arrodillado al lado, llorando y suplicando por los terribles actos. Luego de esa escena, uno de los bárbaros de espaldas a él, se reía a carcajadas frente a su padre y luego le clavaba en el pecho la espada forjada para uno de los guardias, y en el momento en que el horrible monstruo entre sonrisas se volteaba develando su rostro, Carlignio notaba que era él. Lo mas extraño de la pesadilla -contaba el joven- era que el bárbaro asesino de su padre, osea el mismo, al voltearse, notaba la presencia de Carlignio, se asustaba de ella y reaccionaba tímidamente como si el descubrirse frente a el mismo lo avergonzara. Caecus escucho atentamente el relato de su pupilo y luego de terminado el relato, concluyo entregándole el fragmento de un manuscrito con un extraño poema, le dijo que provenía de un pueblo oriental cercano a china, lugar en el que Roma estableció una ruta de mercado, le contó que el había salvado unos fragmentos de un papiro que encontró en el hogar de un aldeano cuando estaba siendo quemado, y que luego de 35 años había logrado traducido y entendido. Aquí el fragmento:
El aroma es cada vez más denso en las mentes,
La niebla cubrose todo allá, menos a ellas, claras y nítidas
Torturas al verdugo, espinazos de crueldad
¿Que tan profunda sois?
¿Podrase calificarte? ¿Podrase categorizarte?
Iurala, Iurala se escucha en lo profundo.
Carlignio no logro entender a que se debía la entrega de tal inentendible fragmento, para no agobiar a su tutor decidió conservar la pregunta hasta el próximo día. Esa misma noche un grupo de bárbaros entro al hogar del anciano asesinándolo y quemando el lugar, Carlignio logro huir por la ventana al escuchar los gritos de su tutor. Llorando casi a gritos corrió y se prometió huir del imperio hacia el lugar mas inhóspito que encuentre en sus caminos, llevándose consigo solamente el fragmento del poema entregado por Caecus y sus tormentos que debilitaban a un pobre dios, el cual no le ofrecía cobijo hace ya años.
Autor: Octavio Alfeo
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