miércoles, 8 de mayo de 2013

Don Carlos





  Desde que tengo memoria recuerdo a Don Carlos como un hombre de rasgos tristes, su mirada poseía ese tinte de melancolía característico de la pobreza, mezcla entre nostalgia y resignación. Había momentos en el que se decidía a interrumpir la dinámica crudeza de la realidad tan solo para fumar un cigarro en el ventanal de aquella casa en Flores, tan triste...Tan suya...-¿Y que? ¿Te vas a quedar ahí parado? 
  A pesar que nuestra amistad llevaba años de cultivada nunca había logrado arrebatarle la primera frase de un encuentro, su habilidad de anteceder palabras a miradas me resultaba increíble  un paralelismo tan abstracto como real.
Inmediatamente al entrar a su casa podrían notar el aspecto lúgubre del lugar. Sus muebles viejos, posiblemente heredados de algún familiar, el escritorio, la maquina de escribir y una repisa con licores acorralados en la esquina izquierda, la ventana haciéndole compania a su vasta biblioteca y en el centro, la mesa, muestra mas fiel de su soledad, en ella siempre se encontraban el paquete de cigarrillos y un desparramo de hojas y papeles rayoneados con ira.
-Entonces, contame...- Dije mientras me sacaba agitadamente el saco.
El objetivo de mi visita era planear el siguiente programa que emitiríamos, generalmente solíamos encontrarnos en mi casa los días viernes para esa tarea pero esa noche Don Carlos me había llamado con verdadero entusiasmo comentándome que tenia nuevas ideas y que temía que se le escapasen durante algún sueño así que decidí desligarme de la nada y apresurarme a llegar a su casa.
Lo acompañe con un cigarro y los dos nos sentamos en la mesa a degustarlo, luego de darle una suave pitada me dijo con el humo en sus pulmones 
-Vos me conoces, Jorgito, sabes que le debo la vida al olvido, pero esta vez quiero declararle la guerra, o al menos una batalla- Me resultaba extraña la forma de expresar esas palabras, acostumbraba a hablar del olvido y su pasado con tristeza, pero esta tristeza cargaba con gusto a excitación, como si estuviera a punto de iniciar una aventura sin precedentes, pero ¿Que clase de afán hay en declararle la guerra a algo tan etéreo?
Deliberé un rato sobre lo que dijo, Don Carlos al notar la vagueza con la que pensaba remato diciendo -¿No te molesta lo vacío de las palabras cuando no llevan un pasado? Todas lo que decimos carga con una vestidura del recuerdo o por lo menos una mancha que indique memoria, pasado o simplemente algo vivido, eso es lo que da autoridad a las palabras. Hay gente que no entiende el olvido, vos y yo lo conocemos viejo amigo, nos abrazamos a el y lo disfrutamos, a veces el nos deja, viste como es, pero lo queremos igual que va a se'...-
Después de unos minutos en silencio intentando aclarar el paradigma atine a decir con timidez -¿Y en donde entra la radio ahí?
-¡Pero jorge!- Dijo entusiasmado -Nosotros hablamos, ellos escuchan, hay que enseñarle a la gente a bailar con el olvido sin que el recuerdo se de cuenta-. Inmediatamente se levanto de su silla y fue a la puerta -Anda Jorgito, anda. Mañana contame que decís y arreglamos ¡Dale que se viene con todo malándra!
Me levante atolondrado y me fui sin decir nada, ya caminando por la vereda mire hacia la puerta y seguía ahí, sonriendo, mirando risueño mi caminar.
Al otro día nos encontramos en la radio, nada se acordaba de la noche anterior, le comente de mi visita y bromeo sobre la noche de parrandas y delirios en la que me debía haber encontrado en la noche.



Autor: Octavio Alfeo

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