Hace un tiempo que ya no lo veía, nos habíamos como distanciado, por así decirlo.
Recuerdo la tarde en que lo conocí, fue inolvidable. Recuerdos que perduran.
Saber que alguien totalmente ajeno a nosotros es amable, cortes y cariñoso con nosotros, sin pedir nada a cambio. Ese cariño que es totalmente inocente.
Esa tarde me sentía agobiado, cansado y condenado a caminar hasta morir. El cielo encapotado, nublado y frió de Comodoro Rivadavia, la oscuridad plena a media tarde y una brisa fría que peinaba mi pelo y lo enredaba todo sin piedad, me erizaba la piel. Por mas abrigo que llevara sentía el frío. Las nubes estaban pintadas de un gris azulado, parecido a la plata y algo negruzco, como sucio, intentando llorar. Seguía caminando por la misma cuadra sin hacer contacto con la gente, solo miradas superficiales. Llegué a la esquina que se encontraba sola, como desértica en medio de la ciudad. Esperé un rato, miré el cerro. Pude observar como esas bestias amarillas se lo comían poco a poco. Revise en mi mente en busca de pensamientos con los cuales distraerme. No pude encontrar nada, todo me parecía aburrido, ya había revisado todo mil veces. Decidí que era tiempo de volver por mis pasos y dar vuelta en U. Caminaba un poco mas deprisa, pues el viento me empujaba por la espalda.
Allí, solo estaba, enfrente de una casa, en medio de la vereda. No sabia yo como él había llegado hasta ahí, y supuse que el no entendía por que yo estaba en esa circunstancia. Me acerque, seguí caminando intentando no prestarle atención, Cuando estuve cerca de él, le di una caricia, como para demostrarle respeto supuse, en ese momento no significaba nada. Lo miré nuevamente y camine un par de pasos más. Camine pensando si él me seguiría mirando y me dí la vuelta. Él ya no estaba ahí, como si hubiera sido llevado por un viento repentino o bien, evaporado por algo que desconocía.
El día siguiente sucedió lo mismo.La única diferencia que se podía encontrar era el hecho de que el cielo estaba mucho mas triste pero algo más despejado.
De nuevo enfrente de esa casa, en medio de esa vereda; me miró y atinó a decirme algo que no logre entender, al parecer no hablábamos la misma lengua, le dí otra caricia, como para demostrarle que lo había entendido. Tuve que agacharme un poco no era demasiado alto.
Seguí caminando y supuse que pasaría lo mismo al día anterior. En efecto, él, ya no estaba ahí.Los días venideros fueron todos muy parecidos y a medida que pasaba el tiempo y le daba caricias nos fuimos haciendo amigos. Me fue brotando felicidad y la rutina me parecía agradable. Me contaba sus problemas y me pedía ser escuchado, yo le devolvía el ser escuchado con caricias, no lograba comprenderlo. Alegraba mis tarde de caminata rutinaria.
Un día, así sin más, un día como cualquier otro, desapareció. Yo no sabía que volvería a ver a mi amigo. Mi rutina y esa confianza que había logrado establecer se habían difuminado. Más de un par de meses sin poder ver a un amigo cercano, por momentos creí que alguien lo había lastimado. Aun así de lo que pensara, el no volvía para alegrarme.
Fue el día de ayer, en que me sentía de la misma manera que esos días, como cuando lo conocí, triste y marchito por el próximo invierno que se avecinaba, en que repentinamente volvió a presentarseme. Nuevamente como el ya sabía hacer, me alegro el día y en mi cara se dibujó una sonrisa nuevamente.
Ese Gato que acudía a mí, cuando me sentía soslayado por mi deplorable ánimo, era y es un espíritu, según creo yo. No se exactamente que es lo que hace y a lo que se dedica, pero es lo que prefiero creer. Que dentro de ese gato existe un ser bondadoso capas de poner de buen ánimo a cualquiera que pueda sentirse mal.

El espíritu benévolo suele tomar la forma de un gato común europeo, con el lomo negro y algunas manchas blancas por todo el cuerpo. Maúlla a desconocidos, como en petición de amistad, ofrece el lomo para ser acariciado y se acicala entre las piernas de la persona triste. Se le presenta en situaciones de tristeza a la mayoría de las personas , muchos no saben apreciar su trabajo y casi ni lo notan.
Autor: Lorenzo Bober