lunes, 28 de enero de 2013

Las increíbles aventuras de Don Jorge

Don Jorge habría peleado con su mujer, con Don Carlos y con sigo mismo (esto se dice, pero no se sabe). Don Jorge habría salido a caminar, hacia ningún lugar; es decir, hacia la plaza donde acostumbraba ir. Solía sentarse frente a la fuente de agua con Don Carlos, donde planeaban el siguiente programa (o al menos, lo poco y general que podía ser planeado) mientras fumaban y admiraban la belleza de la tranquilidad. Pero ese día, el banco donde se sentaban estaba ocupado. Era Bordoletti.
-¡Qué cosa el destino! Pareciera que sin buscarlo en absoluto lo he encontrado. Pero, ¡qué maldito, el destino, también! Oscuro camino en el que me hace caminar.
Dijo ésto y se sentó en el banco. Poco tardó en quedar hipnotizado por la figura como de estatua de Bordoletti, quien miraba fijamente hacia la nada y tiraba migas de pan para las palomas, cuyo festín parecía no terminar. Y en el pintado silencio, Bordoletti habló:
-Cuán clara es el agua que cae, que incluso en la penumbra uno siente su caer.
Bordoletti había muerto y renacido infinitas veces entre que calló y que Don Jorge se atrevió a pestañear. Él había entendido lo que Bordoletti dijo. Y se atrevió a saltar del precipicio hacia lo que fuera que estaba abajo. Pero Bordoletti lo tomó del brazo, sin dejar de mirar su ausente objetivo, como diciendo "no salte, amigo, que la aventura es para pocos. Para mí". Y Don Jorge se quedó sentado.

Matias Jurjevic

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