Una vez al mes la calle Rigolas se despeja de la bruma sin sentido que cubre de misterio su peatonal, son esos días en los que los iluministas y los reacios defensores de la razón pueden por lo menos encontrarse y entre tabacos comentarse las novedades de la economía mundial o leer el diario matutino, en esos dias Juan pierde el miedo, se atreve a ser.
El 28 de Febrero Juan presencio la conferencia que se realizo en el anfiteatro de la calle Rigolas, lo único que sabia de la asamblea era que sus organizadores pertenecían a la burocracia extremista que tanto admiraba su cuñado, el ingeniero Andres. Tímidamente Juan abrió la compuerta que dirigía a la conferencia y casi con cuidado realizo su jorobado caminar hasta el primer asiento libre que encontró, a su lado se encontraba un hombre robusto con aspecto burgués, sin realzar la vista demasiado creyó determinar que su acompañante tenia entre 50 años.
En la sala se encontraban diferentes y tumultuosos grupos, en una esquina apreciaba con cierto asco un grupo de señoras que posiblemente, o al menos para Juan, desprestigiaban entre miradas indiferentes y contracturadas al grupo contiguo, conformado por unas jóvenes aristócratas, entre ellas Rosaura Del Valle, hija del ilustre ministro.
El alboroto de la sala se esfumo cuando desde el escenario irrumpió un señor de traje, con una prolija corbata y llamativa mirada, no era de las miradas a la que Juan comenzaba a acostumbrarse a ver en esa asamblea, sus ojos eran extremadamente chicos, como si no necesitara mirar mas de lo que analiza. La entrada del extraño sujeto provoco el silencio en la conferencia, se podían oír lejanos murmullos quizás procedente del grupo de la esquina derecha.
Acomodándose la corbata el hombre decidió presentarse, dijo llamarse Dr Bordolett'ie - La presencia de ustedes no es mas que la ausencia, señores- atino a decir casi apresurado el doctor, luego de esas sin sentido palabras todos los presentes en la conferencia comenzaron a sacar de sus bolsos diferentes cantidades de papeles y agitadamente realizaban rayones en ellos, como si las palabras de Bordolett'ie hubieran dado comienzo a una especie de circo burocrático en el que los burgueses corrían por el salón sosteniendo sus sombreros y perdiendo papeles en el camino, de una esquina a otra.
Juan entre el desconcierto y el tedioso ambiente que lo rodeaba decidió distraerse haciendo bollos con los papeles que se le habían caído hace unos minutos al burgués de su lado, el regordete señor, al notar con la indiferencia que Juan arrugaba su papel apresuro su mirada a mostrar indignación y para que esta logre un efecto en su vecino del asiento derecho atino a abrir su boca exageradamente y retirarse con paso ofendido del lado de Juan, que seguía en su indiferente posición.
La conferencia continuo de esa forma 5 horas mas, en ocasiones Juan se deleitaba con algún inesperado echo que atolondrara a los presentes, quizás el caer de un asiento o el romper de un papel por algun movimiento brusco.
Al parecer se había corrido la voz del irrespetuoso accionar de Juan con los papeles del regordete. Los presentes comenzaban a mirar con cierto desprecio a Juan, algunos murmuraban en los oídos de su confidente hirientes palabras probablemente dirigidas al inocente Juan. Al notar las miradas de los presentes la incomodidad se apodero de Juan. Su mirada, al igual que la forma de abollar el papel, tomo aire de nerviosismo y ansiedad, comenzó a intentar vislumbrar el momento perfecto para levantarse del asiento y retirarse, quizás cuando las miradas burguesas se distraigan al menos un segundo le daría la oportunidad de retirarse apresuradamente.
La situación empeoraba con el correr del tiempo, las miradas y los ceños fruncidos de los alrededores de Juan comenzaban a lastimarle como espinas, empezó a sentirse acalorado y una sensación de encierro se apodero de el, el caos de la mente de Juan tomo mayor solidez al notar que la mirada de Bordolett'ie comenzaba a mostrar los mismos rasgos. Con la mirada del Doctor acomodada en su cuerpo, Juan se sentía incapaz de retirarse de la manera planeada. Se esforzó por concentrarse en abollar papeles hasta que las miradas se desprendan de el, entre temblores y sudor se le hacia casi imposible seguir sosteniendo esas hojas ya completamente arrugadas.
La agresividad con la que Juan arrugaba el papel era paralela a la densidad y la violencia de las miradas contiguas, cada burgués y aristócrata presente comenzaba a mirar con asco y odio a Juan, obviamente sin interceder en la tarea de sus papeles. El tiempo se había transformado en una tortura para aquel pobre hombre que inocentemente habia decidido hace ya 10 horas entrar en ese horrible lugar.
Juan ya no levantaba la mirada, completamente absorto en la convergencia del papel y sus manos. El sudor comenzaba a mojar el piso lo que provocaba hasta murmullos de los presentes. Al oír nuevamente esos murmullos Juan comenzó a temblar bruscamente, se sentida despojado de su libertad, encerrado en un concierto de ruidos y miradas violentas, sucias y malévolas, entre temblores comenzó a oír la siniestra música compuesta de papeles y voces, pasos y murmullos, decorada con repugnantes miradas y vestidos de crochet. Los temblores se transformaron en convulsiones casi al ritmo de la musica del ambiente, el papel que anteriormente arrugaba al caer de sus temblorosas manos se convirtió en cenizas, Juan callo estrepitosamente en el charco de su sudor, el circo que lo rodeaba comenzó a opacarlo, hundiéndolo entre risas y aullidos de sorpresa en la profundidad de su agitado charco hasta hacer que este desaparezca del salon, ese fue el fin de Juan. Los ojos de los presentes se tornaron oscuros e indiferentes, falseando miradas de luto entre ellos, dieron por terminada la violencia e indignación de sus gestos y continuaron así con sus tarea matutina, entre papeles y rayones.

Octavio Alfeo.
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