Albert Newman era reconocido por muchas cosas; de hecho, por infinidades de cosas. Tantas cosas habría hecho y concretado de manera sobresaliente, que ni siquiera esa voz interior que nos recuerda esos momentos felices en los días de aflicción tenia suficiente memoria para recordar todo lo que hizo. En todo caso, esa voz se esforzaba por encontrar algún rayón en la memoria de este buen hombre para tratar de atraerle a la realidad de aquel paraíso en el que debería vivir, como la fuerza de gravedad atrae a las piedras que arroja un niño, incluso cuando estas parecen estar tan cerca del cielo.
Imagino (creo que todos los que estudiamos la vida del Dr. Newuman estamos de acuerdo en esto) que solo hubo un error en lo que parecía una vida libre de ellos. Albert era un excelente narrador de historias, tan así que cuando le leía una historia a sus dos hijas, se reunían todos los niños de la manzana, y con ellos, sus padres, amigos y tíos. Su talento era tal que todo aquel que escuchaba una historia narrada por él quedaba totalmente absorto, creyendo realmente haber acompañado las hazañas de los héroes griegos y escandinavos (historias que eran predilectas de Newman). El día anterior a la navidad, Albert narró a sus dos hijas las hazañas del semidiós Perseo en su expedición para matar a medusa. Logró- como era costumbre- crear con su voz y sus pausas un ambiente tangible que rodeaba la habitación. En ese momento, Lilith, la menor de las hermanas, gesticulaba una mueca de miedo que parecía quebrar en llanto en cualquier instante, con los ojos azules abiertos, mirando a su alrededor la tenebrosa y oscura morada de la gargona, mientras los sigilosos pasos del héroe atinaban a acercarse a ese monstruo. Siguiente a eso, la mirada de Lilith se clavo en el escudo de bronce de Perseo, cuando el silencio de su padre creaba en el espacio un suspenso que ennegrecía el negro de la sombra. "Y en el pulido bronce del escudo... era el rostro de Medusa". Y al unísono un grito de Lilith rompió en la habitación, acompañado de lágrimas inconsolables. Y la imagen del monstruo se imprimió en la mente de la niña, que con los ojos abiertos trataba de encontrar a su padre, quizás esa parte del cuerpo que intenta despertarnos en una pesadilla, pero el destino de su padre era tan lejano como la cordura por el resto de su vida. Lilith, con diez años, fue diagnosticada con esquizofrenia severa, y recetada con una fuerte cantidad de medicamentos. Con el tiempo perdió toda capacidad de entrar en contacto social y realizar las tareas básicas, lo que la condenaba, desde tan pequeña, a una vida de dependencia.
Los últimos momentos de su vida fueron igual de trágicos como sorprendentes. A la edad de dieciséis años, dejó de tomar sus medicamentos a escondidas de su madre (para ese momento, su padre había muerto de una falla respiratoria apenas cumplidos los cuarenta años). Decir que en ese momento sufrió una alucinación era poco; en realidad, ella vivió en un delirio. Un delirio que duró cuatro días. Lilith sabía que si caía en el sueño, moriría. Es difícil explicar cómo, pero la joven incluso sabía la manera en que iva a morir; en realidad, no precisamente la manera, pero si el entorno en el que moriría, que ella describió como "un cementerio gris- totalmente gris-, con neblina que recubre el suelo, y un aroma que no es ni a putrefacción, ni a tierra mojada por la lluvia" en un cuaderno que solía rayar. Y así paso cuarto días sin dormir, hasta que en la cuarta noche, cayó rendida ante el cansancio. Y allí, en el sofá, con los ojos cerrados, encontró un silencio que pareció calmar todo lo que había vivido durante seis largos años. Un silencio que se prolongo, y del medio del cual resonó la voz de su padre: "Y en el pulido bronce del escudo... era el rostro de Medusa".

Matias Jurjevic.
es muy bueno este cuento los felicito la verdad me gusto mucho lo recomiendo q lo lean todos ;)
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