A la misma velocidad que los caballos ingleses avanzaban por la pradera del este de China, El iracundo Lee Sin maldecía a su hijo por la ruptura de uno de los últimos candelabros disponibles dentro de la casa. Dos horas después de estos sucesos paralelos el hogar del pobre aldeano ardía en llamas por el azote ingles.
Así ocurrio con todos, muchos siguen llorando por tales desgracia, otros simplemente el hambre y la fiebre no se los permite. La mujer que había llegado con sus dos hijos -Uno de ellos muy lastimado- le ofreció la mitad de su cuenco de arroz , Lee Sin ni siquiera se molesto en mirar. El aldeano desde el momento que llego no hablaba, lo que parecia imponer una especie de respeto entre los prisioneros y miedo en los hijos de ellos. Este no es el caso de los Ingleses, cada vez que cruzaban en frente de las celdas lo escupían y balbuceaban burlas en su idioma contra el pobre Lee Sin.
El solo iba en busca de la cúspide de la colina, sabia que esos mosquitos eran molestos pero no iban a interrumpir su sendero. Se sentía seguro a pesar de que el hambre y el cansancio comenzaban a enrojecer su piel.
Luego de dos horas sin detener su camino cayo rendido ante un arroyo, la felicidad le colmaba en cada manoteo al agua. El cansancio lo abatió ahí mismo, junto al arroyo...
La tercera noche en ese asqueroso calabozo comenzaba a ser una tortura, el olor a excremento y orina era cada vez mas denso. Ya se había designado uno de los rincones para las necesidades pero dos hombres con aspecto a ciudadanos ya no eran capaces de moverse, el cansancio se había adueñado de los cuerpos, estaban acostados entre sus propios fluidos. La mujer de los dos niños no podía evitar llorar al mirar a esos agonizantes hombres. Todos los cautivos sabían el destino de los pobres ciudadanos, el gordo que se hacia llamar Houng, hasta recomendaba golpearles la cabeza hasta que mueran y así evitarles el sufrimiento. Lee sin apenas abría los ojos, en la esquina mas lejana a las celdas comenzaba a murmurarse miradas angustiosas sobre el destino del aldeano, similar al de los ciudadanos.
Ya casi lo lograba, de a poco podía vislumbrar la pequeña choza entre las colinas, el frió de la noche anterior le había dejado una marca con forma a mal humor pero su firme paso no se rendiría, por momentos creía escuchar las flautas sonar y aceleraba risueño su paso, se imaginaba su llegada, la felicidad rebalsante en los rostros ancianos, las hermosas mujeres danzantes admirando su grandeza.
El ocultamiento detras de la tercer colina indicaba el inicio a la caza. Los últimos días no desviaba mas de 500 metros del sendero pero la tediosa búsqueda se alargo y su alejamiento del camino sobrepaso los 700 metros lo que lo fatigo mas de lo planeado. Antes de entregarse al sueño imagino su bienvenida a la choza, la música, la danza, la aceptación, los ancianos..-¡Oh los ancianos, benditos sean sus conocimiento!-Pensaba alegre mientras esperaba dormirse.
La siguiente noche la situación en el calabozo había empeorado, los cadaveres de los dos hombres se ahogaba entre sudor, excremento y orina. Los niños lloraban hambrientos y el gordo Houng comenzaba a tener delirios provocados por la fiebre, la cordura había abandonado a los cautivos y los ingleses no hacían mas que burlarse de su situación. La madre de los niños cuando intento pedirle ayuda a uno de los soldados este la golpeo hasta morir. Lee Sin observo atentamente esa escena, miro cada uno de los golpes y vio dibujarse la rabia en la mirada del Ingles.
Los violentos puñetazos en la cara de la mujer, ella intentando escabullirse del domino del colérico ingles, el dolor que reflejaba en sus misteriosos ojos, el desenfreno de los puños sedientos de cuerpo, de dolor. Todo parecía danzar, figuras humanas en pos del acto sexual, presos del contacto, eximiendo sensaciones y valiéndose del espacio cual dios refregaría su eternidad ante un enfermo. Que espectáculo divino, el asombro era mucho mayor al que sus sueños imaginaban entre las colinas, ya no sentía frió, el cansancio había sedido en la comodidad. Su cuerpo, completamente excitado, disfrutaba de los bailes y lanzaba carcajadas con los ancianos, todo era distinto a su imaginacion, todo le parecía lejano a la realidad...
Esa misma noche las tropas del emperador Shiue-Park liberaron a los prisioneros, los ingleses habian abandonado la zona este por la profunda sequía y el escaso valor estratégico del área. Los hambrientos niños fueron alimentados con trigo que portaba la armada china, la fiebre de Houng fue eliminada al saciar la sed de este y el cuerpo de la mujer enterrado con una cálida ceremonia. Pocos eran los prisioneros que no lo habian logrado, sin embargo, ninguno de los sobrevivientes recordaba al Aldeano mudo. Su cuerpo jamas fue hallado, Houng cree recordar por momentos un anciano muy callado que había sido devorado por los hambrientos ingleses, los niños ni siquiera recuerdan haber compartido calabozo con un tal Lee Sin.
Así ocurrio con todos, muchos siguen llorando por tales desgracia, otros simplemente el hambre y la fiebre no se los permite. La mujer que había llegado con sus dos hijos -Uno de ellos muy lastimado- le ofreció la mitad de su cuenco de arroz , Lee Sin ni siquiera se molesto en mirar. El aldeano desde el momento que llego no hablaba, lo que parecia imponer una especie de respeto entre los prisioneros y miedo en los hijos de ellos. Este no es el caso de los Ingleses, cada vez que cruzaban en frente de las celdas lo escupían y balbuceaban burlas en su idioma contra el pobre Lee Sin.
El solo iba en busca de la cúspide de la colina, sabia que esos mosquitos eran molestos pero no iban a interrumpir su sendero. Se sentía seguro a pesar de que el hambre y el cansancio comenzaban a enrojecer su piel.
Luego de dos horas sin detener su camino cayo rendido ante un arroyo, la felicidad le colmaba en cada manoteo al agua. El cansancio lo abatió ahí mismo, junto al arroyo...
La tercera noche en ese asqueroso calabozo comenzaba a ser una tortura, el olor a excremento y orina era cada vez mas denso. Ya se había designado uno de los rincones para las necesidades pero dos hombres con aspecto a ciudadanos ya no eran capaces de moverse, el cansancio se había adueñado de los cuerpos, estaban acostados entre sus propios fluidos. La mujer de los dos niños no podía evitar llorar al mirar a esos agonizantes hombres. Todos los cautivos sabían el destino de los pobres ciudadanos, el gordo que se hacia llamar Houng, hasta recomendaba golpearles la cabeza hasta que mueran y así evitarles el sufrimiento. Lee sin apenas abría los ojos, en la esquina mas lejana a las celdas comenzaba a murmurarse miradas angustiosas sobre el destino del aldeano, similar al de los ciudadanos.
Ya casi lo lograba, de a poco podía vislumbrar la pequeña choza entre las colinas, el frió de la noche anterior le había dejado una marca con forma a mal humor pero su firme paso no se rendiría, por momentos creía escuchar las flautas sonar y aceleraba risueño su paso, se imaginaba su llegada, la felicidad rebalsante en los rostros ancianos, las hermosas mujeres danzantes admirando su grandeza.
El ocultamiento detras de la tercer colina indicaba el inicio a la caza. Los últimos días no desviaba mas de 500 metros del sendero pero la tediosa búsqueda se alargo y su alejamiento del camino sobrepaso los 700 metros lo que lo fatigo mas de lo planeado. Antes de entregarse al sueño imagino su bienvenida a la choza, la música, la danza, la aceptación, los ancianos..-¡Oh los ancianos, benditos sean sus conocimiento!-Pensaba alegre mientras esperaba dormirse.
La siguiente noche la situación en el calabozo había empeorado, los cadaveres de los dos hombres se ahogaba entre sudor, excremento y orina. Los niños lloraban hambrientos y el gordo Houng comenzaba a tener delirios provocados por la fiebre, la cordura había abandonado a los cautivos y los ingleses no hacían mas que burlarse de su situación. La madre de los niños cuando intento pedirle ayuda a uno de los soldados este la golpeo hasta morir. Lee Sin observo atentamente esa escena, miro cada uno de los golpes y vio dibujarse la rabia en la mirada del Ingles.
Los violentos puñetazos en la cara de la mujer, ella intentando escabullirse del domino del colérico ingles, el dolor que reflejaba en sus misteriosos ojos, el desenfreno de los puños sedientos de cuerpo, de dolor. Todo parecía danzar, figuras humanas en pos del acto sexual, presos del contacto, eximiendo sensaciones y valiéndose del espacio cual dios refregaría su eternidad ante un enfermo. Que espectáculo divino, el asombro era mucho mayor al que sus sueños imaginaban entre las colinas, ya no sentía frió, el cansancio había sedido en la comodidad. Su cuerpo, completamente excitado, disfrutaba de los bailes y lanzaba carcajadas con los ancianos, todo era distinto a su imaginacion, todo le parecía lejano a la realidad...
Esa misma noche las tropas del emperador Shiue-Park liberaron a los prisioneros, los ingleses habian abandonado la zona este por la profunda sequía y el escaso valor estratégico del área. Los hambrientos niños fueron alimentados con trigo que portaba la armada china, la fiebre de Houng fue eliminada al saciar la sed de este y el cuerpo de la mujer enterrado con una cálida ceremonia. Pocos eran los prisioneros que no lo habian logrado, sin embargo, ninguno de los sobrevivientes recordaba al Aldeano mudo. Su cuerpo jamas fue hallado, Houng cree recordar por momentos un anciano muy callado que había sido devorado por los hambrientos ingleses, los niños ni siquiera recuerdan haber compartido calabozo con un tal Lee Sin.

Octavio Alfeo.
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