viernes, 22 de febrero de 2013

El rey oscuro

Papel en blanco.
En una de sus visitas conyugales con el diablo, Nengue-Lawal, olvidó llevar el acostumbrado presente al señor de las tinieblas, por lo que su paso por el recinto fue tímido y un poco temeroso, aunque sabía que nada le haría por olvidar llevarle un obsequio; excusaría que tuvo muchas tareas que hacer en el pueblo y que olvidó el regalo, que de todas formas, se lo entregaría el próximo encuentro. Ensayaba las palabras exactas que diría, sabiendo que el diablo es alguien que sólo escucha una única vez antes de que sus palabras gobiernan el resto de la conversación. Pero iba tranquilo, porque, como se dijo, tenía pensada la excusa y estaba confiado en que convencería al diablo de la honestidad de su equívoco. Intentaba callar a ese ligero, pero incesante miedo que aceleraba su corazón joven, y obligaba que a cada tantos pasos diera un profundo respiro, abriendo el pecho como si su corazón se expandiese en sobremedida. 
Otro papel. Misterio.
Nengue-Lawal caminaba, como tantas veces lo había hecho, por el eternamente ancho pasillo del recinto del diablo. Tan ancho que nunca se llegaba a ver con claridad, los enormes ventanales de las paredes laterales- ciertamente era incomprobable para él saber que tamaño tenían los ventanales, pero teniendo en cuenta el tamaño de las enormes baldosas y la distancia incalculable deberían tener centenares de metros de altura-. Un dorado tenue que pintaba las baldosas y las paredes, formaba al mismo tiempo parte de esa atmósfera extraña, inconfundible. En el camino hasta la habitación donde siempre se encontraba el diablo, solía hablar con aquel que era conocido como su mano derecha, Hammadoun-seis-cabezas, con quien había desarrollado cierto cariño, y quien era el encargado de explicarle el estado de ánimo general de su jefe. 
La historia es así: al llegar a la habitación, se percataron de que el diablo no estaba. "Esperemos unos momentos. Seguramente está cerca". Y Hammadoun-seis-cabezas llamó a unos servidores de apariencia risible, uno gordo y con cabeza extremadamente pequeña, que al hablar un lenguaje incomprensible emanaba un aullido agudísimo, y su acompañante, que tenía un cuerpo mas normal, pero que uno de sus ojos era enorme y totalmente desorbitado. Enseguida, ellos llevaron dos tallos de una planta exótica que mascaron el monstruo y Nengue-Lawal, en espera del rey de lo oscuro. 
Finalmente, la realidad era clara: el diablo no aparecería. Nengue-Lawal dijo algo asi como "hazle saber que vine a su encuentro". Seguramente, ese miedo que tenía por su descuido con el obsequio había desaparecido, incluso su cara parecía mas relajada. Pero las seis caras del monstruo tomaron una expresión sin precedentes, como una clase de desesperación imposible de ocultar. Hammadoun-seis-cabezas llamó nuevamente a sus sirvientes, y en algún idioma incomprensible le dio instrucciones muy claras sobre la ubicación de un objeto. Posteriormente, Nengue-Lawal se dió cuenta que era un pergamino, de una edad indecible pero muy antiguo. El monstruo le entregó el pergamino al muchacho. "Mi señor ha sido claro con migo, si este momento llegase, en que la espera es muy prolongada sin su ausencia, entregara éste pergamino al mortal que esté en su recinto". Sin siquiera leerlo, le preguntó al monstruo si sabía de que se tratase. "Sí- respondió con desánimo y con una tristeza ya claramente dibujada en sus rostros- ésta es la gran verdad. Usted sabrá desde ahora, que nada es lo que parece. Por ejemplo, usted no discutiría ni un momento que yo soy la mano derecha del diablo. Que soy el enviado del diablo a aterrar al hombre hasta llevarlo a la locura. ¿O sí?"
"Para nada", respondió el joven.
"Pues, eso no es cierto. Usted sabrá desde ahora, que el mundo está lleno de monstruos, cada uno siendo indiscutiblemente la mano derecha del diablo. Pero la certidumbre es una ilusión. Ninguno de ellos existe, son reflejos, usted sabrá desde ahora; reflejos de los miedos de los hombres. No existen monstruos, ¡ni siquiera existe el menor rastro del señor de las tinieblas sobra la tierra! Solo existen reflejos, que no deforman, sino transparentan el ser. Los monstruos, sabrá usted desde ahora, crecen del interior de los hombres. Toma forma de todo aquello que les llena. Eso que llaman ´corazón´.Te preguntarás ´¿qué es lo que traiciona a los mortales con esas horribles pesadillas, si en esencia, son lo mismo? ¿cuál es el motivo de la confusión que es la que reina al hombre en su fugaz paso por el mundo terrenal?´. Pues es, naturalmente, nuestro señor. Que nos condena a usted y a mi a una existencia infesta de dolor y tragedia para asegurar su trono como ´Gobernante de la muerte y la eternidad´. Y, peor que cualquier tortura, maldice al hombre con una capacidad única: la de sentirse en algún momento cerca de la verdad, por medio de senderos que no llevan a ningún lado, y por medio de tratos que le brindan lo que Él mas aprecia: la muerte. Sabe usted muy bien de lo que hablo; fue usted mismo quien vino a buscar a mi amo"




Matias Jurjevic





Metamorfosis

El sol de la mañana se comenzaba a deslizar por entre las cortinas vislumbrando la sucia y oxidada pava, hace tiempo que Jeremías no iba a la ciudad a comprar objetos claves para su rutina. Había adoptado una especie de costumbre o habilidad para arreglarselas con los materiales que le brindaban las circunstancias, después de comprender esto usted sabrá consecuentemente que el hogar de Jeremías estaba en su mayoria cubierto de objetos, herramientas y diferentes clases de basuras y chatarras que cabe en la imaginación del hombre de ciudad.
Para cuando Jeremías se dispuso a levantarse el día comenzaba a descomponerse, al mirar por la ventana noto que una densa bruma comenzaba a agitar el cielo y el ambiente a tormenta comenzaba a sentirse en el cuero. En un estado claro de somnolencia dejo la pava en el fuego y se dirigió hacia afuera de la casa a comprobar si la leña le alcanzaría para el resto del dia. A pesar de llevar años ya viviendo en el bosque seguía conservando algunas costumbres típicas de las ciudades modernas, una de esas -La cual no le encontraba sentido alguno- era la de cubrir su propiedad de portones, hace tiempo había descubierto la inutilidad de tal acción pero era una especie de legado cultural, o quizás una tradición derivada del concepto de propiedad privada <<Cuando termine la temporada los saco>>. Sabia que no le costaría trabajo quitarlos, eran pequeños y de madera, lo cual le otorgaría un poco mas de leña ahorrándole el trabajo de talar algún tronco. La tarde transcurrió como todas, terminado el mate de la mañana partió hacia el bosque con aire a vigilante, naturalmente. 
La caminata lo deleito con unos extraños pájaros color carmesí -animales realmente venerados por el-. Le resultaba realmente placentero el movimiento veloz y el chillido que hacían estas simpáticas aves, para alargar ese espectáculo se sentó en un tronco a fumar un cigarro y observar el revoloteo de estos dos plumíferos que parecían danzar entre los arboles. Disfrutaba del sabor del humo y sonreía con las divertidas aves que le ofrecían un acto comparable a un circo, por momentos creía que la intención de estos animales era llamar su atención ya que sus movimientos y actos eran realmente increibles, volaban por atras de el y se dirigían al primer arbol a completar un giro, luego giraban en si y nuevamente repetian esta misma rutina sin cesar. Estaba completamente maravillado, se sentía parte de una naturaleza hermosa. Pero a medida que Jeremías se asombraba crecía la velocidad con la que estas aves se movían. El guardabosques comenzó a inquietarse al notar esto, los pájaros volaban cada segundo con mas rapidez y agresividad, de a poco el espectáculo se convirtió en una demostración siniestra y agresiva. El ambiente se torno denso y oscuro y la lluvia penetro con violencia en el espacio, el cual parecia no existir para estos animales. Cuando la exhibición de las aves comenzaba a desesperar a Jeremías este intento levantarse del tronco sin resultado, estaba completamente inmovilizado, las aves parecían haber notado la intención del guardabosques por lo que se vuelo se torno mas rápido y violento aun. Jeremías forcejeaba con su cuerpo por escapar de aquella oscuridad lo que enfureció mas a los siniestros mamíferos los cuales al terminar de completar la vuelta en el árbol surgieron como unos gigantes cuervos y comenzaron a dirigirse al tronco en el que estaba situado el pobre hombre, la mirada de los pajaros habia perdido la serenidad del reino animal, parecían mas bien almas condenadas, su similitud con la mirada humana horrorizo al guardabosques, de repente un ahullido escalofriante surgió de la primera de ellas. Jeremias se desvanecio al escucharlo, se sintio muerto.
Violentamente desperto y se encontro en su habitacion, en su mundo, ajeno a cualquier bosque.





Octavio Alfeo

Las colinas del Tibet

A la misma velocidad que los caballos ingleses avanzaban por la pradera del este de China, El iracundo Lee Sin maldecía a su hijo por la ruptura de uno de los últimos candelabros disponibles dentro de la casa. Dos horas después de estos sucesos paralelos el hogar del pobre aldeano ardía en llamas por el azote ingles. 
Así ocurrio con todos, muchos siguen llorando por tales desgracia, otros simplemente el hambre y la fiebre no se los permite. La mujer que había llegado con sus dos hijos -Uno de ellos muy lastimado- le ofreció la mitad de su cuenco de arroz , Lee Sin ni siquiera se molesto en mirar. El aldeano desde el momento que llego no hablaba, lo que parecia imponer una especie de respeto entre los prisioneros y miedo en los hijos de ellos. Este no es el caso de los Ingleses, cada vez que cruzaban en frente de las celdas lo escupían y balbuceaban burlas en su idioma contra el pobre Lee Sin. 

El solo iba en busca de la cúspide de la colina, sabia que esos mosquitos eran molestos pero no iban a interrumpir su sendero. Se sentía seguro a pesar de que el hambre y el cansancio comenzaban a enrojecer su piel.
Luego de dos horas sin detener su camino cayo rendido ante un arroyo, la felicidad le colmaba en cada manoteo al agua. El cansancio lo abatió ahí mismo, junto al arroyo...
La tercera noche en ese asqueroso calabozo comenzaba a ser una tortura, el olor a excremento y orina era cada vez mas denso. Ya se había designado uno de los rincones para las necesidades pero dos hombres con aspecto a ciudadanos ya no eran capaces de moverse, el cansancio se había adueñado de los cuerpos, estaban acostados entre sus propios fluidos. La mujer de los dos niños no podía evitar llorar al mirar a esos agonizantes hombres. Todos los cautivos sabían el destino de los pobres ciudadanos, el gordo que se hacia llamar Houng, hasta recomendaba golpearles la cabeza hasta que mueran y así evitarles el sufrimiento. Lee sin apenas abría los ojos, en la esquina mas lejana a las celdas comenzaba a murmurarse miradas angustiosas sobre el destino del aldeano, similar al de los ciudadanos.

Ya casi lo lograba, de a poco podía vislumbrar la pequeña choza entre las colinas, el frió de la noche anterior le había dejado una marca con forma a mal humor pero su firme paso no se rendiría, por momentos creía escuchar las flautas sonar y aceleraba risueño su paso, se imaginaba su llegada, la felicidad rebalsante en los rostros ancianos, las hermosas mujeres danzantes admirando su grandeza.
El ocultamiento detras de la tercer colina indicaba el inicio a la caza. Los últimos días no desviaba mas de 500 metros del sendero pero la tediosa búsqueda se alargo y su alejamiento del camino sobrepaso los 700 metros lo que lo fatigo mas de lo planeado. Antes de entregarse al sueño imagino su bienvenida a la choza, la música, la danza, la aceptación, los ancianos..-¡Oh los ancianos, benditos sean sus conocimiento!-Pensaba alegre mientras esperaba dormirse.
La siguiente noche la situación en el calabozo había empeorado, los cadaveres de los dos hombres se ahogaba entre sudor, excremento y orina. Los niños lloraban hambrientos y el gordo Houng comenzaba a tener delirios provocados por la fiebre, la cordura había abandonado a los cautivos y los ingleses no hacían mas que burlarse de su situación. La madre de los niños cuando intento pedirle ayuda a uno de los soldados este la golpeo hasta morir. Lee Sin observo atentamente esa escena, miro cada uno de los golpes y vio dibujarse la rabia en la mirada del Ingles. 
Los violentos puñetazos en la cara de la mujer, ella intentando escabullirse del domino del colérico ingles, el dolor que reflejaba en sus misteriosos ojos, el desenfreno de los puños sedientos de cuerpo, de dolor. Todo parecía danzar, figuras humanas en pos del acto sexual, presos del contacto, eximiendo sensaciones y valiéndose del espacio cual dios refregaría su eternidad ante un enfermo. Que espectáculo divino, el asombro era mucho mayor al que sus sueños imaginaban entre las colinas, ya no sentía frió, el cansancio había sedido en la comodidad. Su cuerpo, completamente excitado, disfrutaba de los bailes y lanzaba carcajadas con los ancianos, todo era distinto a su imaginacion, todo le parecía lejano a la realidad...

Esa misma noche las tropas del emperador Shiue-Park liberaron a los prisioneros, los ingleses habian abandonado la zona este por la profunda sequía y el escaso valor estratégico del área. Los hambrientos niños fueron alimentados con trigo que portaba la armada china, la fiebre de Houng fue eliminada al saciar la sed de este y el cuerpo de la mujer enterrado con una cálida ceremonia. Pocos eran los prisioneros que no lo habian logrado, sin embargo, ninguno de los sobrevivientes recordaba al Aldeano mudo. Su cuerpo jamas fue hallado, Houng cree recordar por momentos un anciano muy callado que había sido devorado por los hambrientos ingleses, los niños ni siquiera recuerdan haber compartido calabozo con un tal Lee Sin.



Octavio Alfeo.

martes, 5 de febrero de 2013

El rostro de Medusa

Albert Newman era reconocido por muchas cosas; de hecho, por infinidades de cosas. Tantas cosas habría hecho y concretado de manera sobresaliente, que ni siquiera esa voz interior que nos recuerda esos momentos felices en los días de aflicción tenia suficiente memoria para recordar todo lo que hizo. En todo caso, esa voz se esforzaba por encontrar algún rayón en la memoria de este buen hombre para tratar de atraerle a la realidad de aquel paraíso en el que debería vivir, como la fuerza de gravedad atrae a las piedras que arroja un niño, incluso cuando estas parecen estar tan cerca del cielo.
Imagino (creo que todos los que estudiamos la vida del Dr. Newuman estamos de acuerdo en esto) que solo hubo un error en lo que parecía una vida libre de ellos. Albert era un excelente narrador de historias, tan así que cuando le leía una historia a sus dos hijas, se reunían todos los niños de la manzana, y con ellos, sus padres, amigos y tíos. Su talento era tal que todo aquel que escuchaba una historia narrada por él quedaba totalmente absorto, creyendo realmente haber acompañado las hazañas de los héroes griegos y escandinavos (historias que eran predilectas de Newman). El día anterior a la navidad, Albert narró a sus dos hijas las hazañas del semidiós Perseo en su expedición para matar a medusa. Logró- como era costumbre- crear con su voz y sus pausas un ambiente tangible que rodeaba la habitación. En ese momento, Lilith, la menor de las hermanas, gesticulaba una mueca de miedo que parecía quebrar en llanto en cualquier instante, con los ojos azules abiertos, mirando a su alrededor la tenebrosa y oscura morada de la gargona, mientras los sigilosos pasos del héroe atinaban a acercarse a ese monstruo. Siguiente a eso, la mirada de Lilith se clavo en el escudo de bronce de Perseo, cuando el silencio de su padre creaba en el espacio un suspenso que ennegrecía el negro de la sombra. "Y en el pulido bronce del escudo... era el rostro de Medusa". Y al unísono un grito de Lilith rompió en la habitación, acompañado de lágrimas inconsolables. Y la imagen del monstruo se imprimió en la mente de la niña, que con los ojos abiertos trataba de encontrar a su padre, quizás esa parte del cuerpo que intenta despertarnos en una pesadilla, pero el destino de su padre era tan lejano como la cordura por el resto de su vida. Lilith, con diez años, fue diagnosticada con esquizofrenia severa, y recetada con una fuerte cantidad de medicamentos. Con el tiempo perdió toda capacidad de entrar en contacto social y realizar las tareas básicas, lo que la condenaba, desde tan pequeña, a una vida de dependencia.
Los últimos momentos de su vida fueron igual de trágicos como sorprendentes. A la edad de dieciséis años, dejó de tomar sus medicamentos a escondidas de su madre (para ese momento, su padre había muerto de una falla respiratoria apenas cumplidos los cuarenta años). Decir que en ese momento sufrió una alucinación era poco; en realidad, ella vivió en un delirio. Un delirio que duró cuatro días. Lilith sabía que si caía en el sueño, moriría. Es difícil explicar cómo, pero la joven incluso sabía la manera en que iva a morir; en realidad, no precisamente la manera, pero si el entorno en el que moriría, que ella describió como "un cementerio gris- totalmente gris-, con neblina que recubre el suelo, y un aroma que no es ni a putrefacción, ni a tierra mojada por la lluvia" en un cuaderno que solía rayar. Y así paso cuarto días sin dormir, hasta que en la cuarta noche, cayó rendida ante el cansancio. Y allí, en el sofá, con los ojos cerrados, encontró un silencio que pareció calmar todo lo que había vivido durante seis largos años. Un silencio que se prolongo, y del medio del cual resonó la voz de su padre: "Y en el pulido bronce del escudo... era el rostro de Medusa".



Matias Jurjevic.

domingo, 3 de febrero de 2013

Nota Suicida

Desolado en una sola sensación que me tiene atado en su cruz, tan triste que no quiero alarmar a nadie aunque no les importe, tan triste que si viviera en la situación de pobreza en Africa, animales desorientados, vagabundos, no sobreviviría ni un solo instante.
Mi fortaleza se ha debilitado, m creatividad ha disminuído, mis pensamientos se han saturado, estoy atado a una razón que ni yo se en que consiste. Perdido en un mar de fracaso, confundido anímicamente, perturbado mentalmente. Soy horriblemente horrendo para sacarme las dudas de que si en verdad les importo a aquellos que amo tanto, pero no debo darles esa mala fortuna de ser amados por un monstruo como yo, y no debo tener la certeza de ser amados por ellos.
No tengo proyectos que me inciten a seguir, porque lo se todo, y es lamentable. No tengo esperanzas. ¿De que serviría todo esto? Si todos los conocimientos que poseo, todos mis hallasgos e invenciones se los lleva el viento, quedará perdido entre las brisas, nadie lo recordará. Y más aún mediante mueran mis entornos, ninguno nos recordaremos mutuamente.
La realidad supera la temperatura de aquel infierno fictisio que todos temen, sin embargo no saben que están sobre el, no están conscientes de que todo esto es basura, no están conscientes de la cantidad de sangre que corren de niños, pobres, inocente y de animales que derraman durante esta tormenta eterna. Solo la mediocridad hace estúpidamente feliz al ser humano, solo con las vendas en los ojos te hacen imaginar esa realidad ilusa y fantasía solo para lidiar con tu tristeza, no estas solo y tampoco triste porque crees que "Dios" te está consolando mediante este horrible lapso, pese a que si en verdad existiera "Dios" sería totalmente injusto, incluso sería como un monstruo jugando a la batalla naval. Dios (si es que existes) si eso es lo que estabas buscando, pues lo lograste, mis gotas de sangre caerán en este papel, la preciada que me supo entender, guardar silencio y dejarme desahogar.

PD: Si alguien encuentra esta nota es porque alguien me recordó, o simplemente eres un bribonzuelo que se introdujo en mi hogar solo para obtener facilmente lo que me he ganado dignamente y con mucho esfuerzo, solo para nada. Malditos humanos mediocres, saqueadores, depredadores que hieren solo por su propio bien. BENDITA HUMANIDAD!

A Bordoletti le tomó diez meses notar la ausencia del autor de la nota, eran buenos compañeros, tan distintos. Ha viajado a Tierra del Fuego para visitarle, pero solo encontró esta nota manchada con sangre, no se tomó mucho tiempo en darse cuenta de que su compañero se había suicidado.


Matias Valle